Álbum de fotografías

Septiembre contiene todos los requisitos para ser el mes más perfecto de la creación. Han cesado los calores insufribles del verano, el otoño se asoma a los montes y da el último color a las uvas, late una paz como en los versos de Pessoa, lá fora ha un sossego/como se nada existisse . Incluso ciertas personas consideran que es el mes idóneo para hacerse promesas que no se cumplen nunca. El mundo parece estar encalmado, de acuerdo consigo mismo, quieto como un gato bajo el sol de atardecer. Pero esa perfección, como en cualquier empresa humana, es un espejismo. Porque uno se reincorpora a su trabajo y siempre aparece una persona, o dos, o tres, que te reclaman como si te fuesen a desvelar los misterios insondables de la cábala y lo que abren ante tus ojos estupefactos y resignados, es un álbum de fotografías. De fotografías veraniegas, para mayor inri. De fotografías veraniegas que te enseñan sin pudor, como cuando alguien te enseña la cicatriz de su reciente operación de apendicitis o la marca del forúnculo que le extirpó el médico. Y te van mostrando la sucesión de fotografías mientras te explican como si fueras necio que aquello es una playa excelente y aquello otro el merendero donde se atiborraron de paella y sangría por un precio tercermundista y lo de más allá el parque temático que visitaron con sus hijos y esto otro el patinete al que subieron una mañana y se divirtieron tanto cuando se balanceó y cayó al agua su suegra y ji ji ji. Y todas las fotografías son iguales a las de años anteriores y los comentarios los mismos que el verano del año pasado. Te lo enseñan todo como si hubiesen sido felices aunque en el fondo se cisquen en la playa atiborrada de gente y la paella venenosa del chiringuito y en la sangría con resaca por una miseria y en el patinete del carajo que casi los desnuca. Asistes a las fotografías y a las explicaciones con el mismo tedio con el que escuchas a un guía de viaje organizado que incorporaba una estancia en ese museo que en el fondo te importa un ardite. Y entonces tú te ves un poco fuera del mundo, un poco exiliado, un poco infeliz porque, claro, no es cosa de que saques las fotografías que pensabas mostrar y que hiciste en los cementerios que visitaste durante el verano, aquellos mausoleos que te atraen más que cualquier piscina, las lápidas que leíste con más reverencia que una novela de Follet, las inscripción de aquella tumba de Finisterre que ocupaba una inglesa muerta a los 41 años y que reproducía unos versos tan hermosos como tristes. Porque, claro, a ver cómo les explicas tú que eres feliz entre mausoleos y tumbas al atardecer, que te detienes a hablar con los muertos como si fuesen familiares especialmente queridos y que aprovechaste aquel viaje inesperado para fotografiar cruces, senderos de grava, cipreses altivos, cristos y ángeles, que tienes en tu casa, tan a mano, como otros las de sus vacaciones, las fotografías de tan fúnebre arquitectura y que, en definitiva, pueden decirte lo que quieran, que septiembre es un mes perfecto pero, en el fondo, septiembre y no abril es el mes más cruel.

   
JANO, 2004