Baltar se va. ¿Sobrevivirá la oligarquía?
 
Por ELVIRA CUADRADO
25 de ENERO de 2011: OURENSE DIXITAL

Inicialmente el encallamiento no parecía grave pero el paso del tiempo perfilaba los trazos de un desastre. La tripulación, antaño fiel y ordenado redil, no dudó en protagonizar una ruidosa estampida cuando supieron de sus intenciones sucesorias en la cadena de mando. En las arcas provinciales entraba agua por todas partes. El hijo del capitán no aparecía aunque algunos aseguraban haberlo visto buscando como loco un flotador de color exclusivamente blanco y, más tarde, sacándose una foto con una rojiblanca como fondo. Otro de sus leales tripulantes, en clara burla a la situación crítica, repartía, macuto al hombro, jamones y botellas de vino. En el puesto de mando, la noticia de la localización de un incendio provocó el amotinamiento de otra parte de la tripulación. Así las cosas y conocedor de la Ley de Murphy, el capitán decidió abandonar el barco. Ya no era el momento óptimo para cambiar el rumbo.   

No sabemos qué explicación dio Baltar a sus sátrapas justificando su decisión pero bien podría ser algo así como: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”. Esa fue la sincera y acertada explicación del que fuera presidente de la Primera República, Estanislao Figueras en su último consejo de ministros. Al acabar, dejó su escrito de dimisión encima de una mesa, dio un paseo por el Parque del Retiro, se subió a un tren y, sin comunicárselo a nadie, apareció en París. 

Desde la brecha creada en el partido por mor del encumbramiento a la presidencia del  PP de su hijo José Manuel, Baltar ha perdido la paz que antes le proporcionaba el barullo de esa sala de espera abarrotada, símbolo de una sociedad enferma y sedada por la realidad mediática. La tormentosa e imperfecta sucesión será tarea a rematar por los sepultureros del ya cadáver político. Sin embargo, el ahogamiento de cualquier síntoma de liderazgo hará que sean muchos los aspirantes y escasísimos los capaces de dar continuidad al gobierno oligárquico que hoy cierra etapa. Y Baltar no ha podido dejar todo bien atado.

Recientes acontecimientos han podido empujar su salto desde el poder, cada vez menos arriesgado por la menor altura. Ignorado por Rajoy fue apuñalado por Argimiro Marnotes, el hombre que asumió el rol de hacerle ver que la brecha se estaba haciendo más grande. Y que la ciudadanía empiece a despertar y consiga hacer un frente común contra el proyecto popular de la incineradora de Irixo aventura malos presagios.

Su principal legado es una casta política y empresarial organizada cuyo único objetivo es mantenerse en el poder para, cuando llegue el ocaso, convertir sus poltronas en herencia para esposas, hijos y yernos. A cambio se fue convirtiendo en víctima más de la pérdida de confianza y del respeto cívicos, vacío que siempre pretendió compensar con su imagen selfmade de cacique bueno.

Su Diputación se ha convertido en un organismo hipertrofiado al servicio de la oligarquía de poder, merecedor, sin duda, del lapidario reproche de Calvo Sotelo en el preámbulo del Estatuto Provincial de 1925: “Las diputaciones,  salvo honrosas excepciones, no abordaron con amplitud la tarea política; esclavas de ella, trocáronse de tutores en verdugos de la vida municipal y sirvieron de refugio a desaforadas pasiones oligárquicas y diseminaron la gangrena del caciquismo en los más apartados rincones y lugares del país”. ´

No queda mucho mejor la provincia después de tantos años de tiranías locales. Los niveles de penuria son cada vez más preocupantes y a la vez obscenos en un territorio rico en recursos. La imparable regresión demográfica y la constante sangría de talento no dejan mucho espacio para un horizonte optimista. Han rentabilizado el voto no cualificado y conseguido que se venda un voto por una farola. En el nombre de las urnas y sus mayorías han expulsado a los ciudadanos de la participación política. La sociedad civil está copada por dirigentes y pseudorepresentantes empresariales perennemente anclados a sus cargos para poder beber en los abrevaderos públicos. Y es que el destino de esta provincia y de sus gentes lleva mucho tiempo cedido a una oligarquía que ha amasado riqueza y poder a cuenta de la miseria, ignorancia y pasividad de sus ciudadanos.  

Por eso quizá tenga razón el actual presidente del PP provincial, José Manuel Baltar, cuando, tras ganar las elecciones, sentenció: “O PP é o partido que mais se parece a Ourense».

 
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