Las sombras

Vivimos in memoriam. Bajo la apariencia de una realidad demasiado evidente, demasiado grosera, me abruma la sospecha de que existo de regalo, de que vivo en las páginas de un volumen imposible de encontrar o en la memoria de alguien que no me conoce, personaje subalterno de una ficción urdida por otro, tal vez contra mi voluntad, atribuyéndome una entidad de la que carezco, una responsabilidad que me sobrepasa. Trato entonces de reconocerme en los espejos, en las viejas fotografías contempladas con hastío una tarde de lluvia, en los objetos que me rodean diariamente, en las canciones donde gasté mi infancia, en las miradas ajenas, en los insomnios de noches infinitas. Es difícil encontrarse frente a frente con uno mismo, descubrirse; en esa ficción donde alguien me ha inventado, el autor ha puesto un cuidado especial y demoníaco para que no me halle nunca, dotando al argumento de pistas falsas, llevándome y trayéndome a su antojo por lugares imprecisos, por geografías dolorosas. Queda de mí, lo intuyo, un rastro endeble en los cuerpos amados, en los bares sombríos donde me busqué en el fondo de los alcoholes crepusculares, un vago indicio como las huellas de los pies descalzos en la arena de una playa prodigiosa. En ocasiones, ese autor tiránico y desleal, me conduce a un cementerio en el que me espera una lápida con mi nombre. Acaso porque la eternidad nos está destinada desde siempre. Vivimos in memoriam, como la dedicatoria de un texto que alguien escribe y que nos condena a existir de manera impostada, empujándonos al amor y a la melancolía en un naufragio del que salimos milagrosamente indemnes. No resulta insólito que una mañana uno se despierte transformado en un insecto, que cambie de sexo a lo largo de una biografía extraordinaria pero común, que sea reo de un delito que sólo cometió en sueños, que arribe a una isla donde se convierta en holograma de dimensiones oníricas. Terminaremos viviendo en anaqueles con polvo, en retablos de iglesias olvidadas, en torpes pinturas callejeras, en la firma de un recibo contra nuestra tarjeta de crédito, en algún legajo de un archivo sin otra realidad que la vicaria realidad de lo apócrifo. Y, sin embargo, asoma la vida entre esa trama burocrática o ficticia como asoma la piedad a destiempo en la implacable mirada del verdugo. Vivir, aunque sea in memoriam, aunque sea de prestado, aunque ya esté confeccionada la lápida con nuestro nombre desde el origen de los tiempos, cuando éramos un borrador de los dioses que quizá no debiera editarse nunca, vivir como una errata que ha pasado inadvertida en el texto definitivo, como un lapsus o una falta de ortografía que se comete porque no ponemos la atención debida. Merecíamos el olvido o un destino de fuego y sin embargo, alguien, quizá equivocadamente, ha decidido salvarnos de la hoguera permitiendo que existamos en realidades de papel misterioso, resucitándonos con la palabra que fue el principio de un mundo habitado por nosotros, personajes subalternos, para que la vida cumpla con mediana dignidad el proyecto de seguir siendo contra todo pronóstico.

   
JANO, 2004